Capítulo 1: EL DÍA QUE SOLA

Cómo le explico a mi mamá que esto también es el LSD?!
Me pregunté ese sábado a la noche bailando sola en un living que no era mío, comiendo la pera más dulce y ácida del mundo, la muerdo mientras sigo bailando y hace un ruido fuerte, crujiente, CRUNCH!, sale jugo de esa pera como si sangrara, con sigilo gatuno me tiro el lance de matarla de un bocado, CRUNCH!, y el jugo espumoso de tanto crunch crunch se me cuela por la sonrisa que no puedo ni esconder, cae por mi mentón con decisión y lo atajo con la parte de adentro de la muñeca, donde se prueban los perfumes, y acompaño la gota, con esa parte de la muñeca perfumada, hasta arriba, donde la rescato con mi labio inferior, como un beso, como mordiéndole el cuello a alguien que se llevó el perfume, como suplicando, como extendiéndole la mano, invitándo a esa gota a volver adentro de mi boca, de mis carnes, donde pertenece. Sigo bastante drogada entonces logro ver la escena como desde afuera, como si estuviese mirando una película. Y me da tanto gusto darme cuenta que es la mejor peli que vi en mi vida. De verdad como que me dieron ganas de ponerme cómoda con un balde de pochoclos a ver qué hacía la heroína en la próxima escena, de qué mal, de qué problema doméstico, hombre o crisis existencial va a defenderse una vez más, y saldrá ilesa. O al menos, viva. Es que siempre caigo en cuatro patas, eh. Y en cuatro por la vida ando, surfeando la ola, esquivando las balas, amando demasiado y llorando un poco de vez en cuando. Más vidas que un gato, más culo que cabeza. Pero bancarse, me las banco a todas. Me había invadido el calor de una llama de esperanza, de vértigo, de seguridad y entretenimiento que sólo saben dar los superhéroes en los cómics o los films. Soy mi propio superhéroe, mi propia heroína. Y no sólo que me las banco a todas y peleo a muerte contra el villano que me ponga(n) delante, sino que soy entretenida. Y graciosa. Y linda cuando me quiero. Soy todo. Soy lo todo. Hace unos dos años alguien me preguntó si creía en Dios y, sin pensarlo, como una obviedad bíblica, le dije: “creo en mí misma”. A veces me olvido que soy mi propio dios, mi propio héroe, mi propio todo. Un todo gigante, inmenso y frustrantemente frágil. Y me merezco lo mismo que doy. Soy una fuente de amor y también de ansiedad. Cómo le explico a mi mamá que esto también es un viaje de ácido? El autodescubrimiento, la autocrítica, el amor propio, la claridad, la paz, los superhéroes. CRUNCH! Me metí todo lo que quedaba de la pera dentro de la boca. Es tan deliciosa que me hace reir extasiada. Pienso en que me vinieron con un cupón del súper y fueron gratis, y siento que mi boca se hace de agua. Corte. Plano adonde yo sigo drogada y puedo comer un balde de pochoclo y mirarme como si fuese una película. Termino de ver la secuencia de la pera gratis acabándome en la pera de la cara y me caliento. Eso también es el ácido. Pero también es la vida. Si logras abstraerte lo suficiente y mirarte a vos y a tu vida y querer comer ese film como si fuese una fruta de verano (y gratis!), mirar eso y calentarte, esa es la Meca. Y ese fuego también es el ácido, pero también soy yo. Yo tengo dentro todo eso. Yo soy todo eso. El ácido sólo te corre los velos y te abre los ojos. El ácido también son dos cachetazos cuando creés que no podés más, y te hace ver que vas por buen camino. Creo que si vas por la vida amando como si tuvieses cuatro corazones y tomando decisiones desde el amor (sano), no podés estar haciendo las cosas tan mal. No? Tan perdido no se puede estar si se tiene el corazón en el lugar correcto (no?). Digo, si actuaras como si fueses Truman en su show, serías mejor persona? O ya sos tu mejor versión aunque no te esté soplando la nuca una audiencia televisiva? Sos una buena persona posta? Sos tu mejor versión? Laburás en donde flaqueás y celebras tus logros? Sos el mismx cuando nadie está mirando (a nivel moral, digo)? Hacés las cosas de manera diferente si un niño te está mirando? Para mí es como esa pregunta sobre si un árbol cae en el bosque y nadie estaba cerca para escuchar cuando cayera al piso; hizo ruido su caída? Yo digo: claro que sí. Hace un ruido tremendo. Y creo profundamente que la clave está en forjarse a uno mismo into la persona que querramos ser. Tenemos el potencial de ser, de convertirnos en lo que más amamos y admiramos en este mundo. Pero hay que sacar los velos e ir por la vida de manera honesta, bancándonos quiénes somos, lo que sentimos y lo que pensamos; honrando nuestras palabras, promesas y acuerdos. Somos constante consecuencia, un efecto dominó, un efecto mariposa. Creo que deberían enseñarnos en casa y en las escuelas a ir por la vida con un poco más de cautela, más empatía, un poco más de consciencia (capacidad del ser humano para percibir la realidad y reconocerse en ella) y un tanto más de conciencia (conocimiento moral de lo que está bien y lo que está mal, en base al conocimiento de nosotros mismo y de nuestra capacidad para actuar sobre nuestro entorno).

Hace unas semanas se viralizó la historia sobre el Príncipe Harry de hongos pidiéndole ayuda a la luna. Parece que el libro es un mamarracho donde compara matar personas con jugar al ajedrez. Pero lo viral fue el en un viaje de psicodélicos. Y la gente lo bardeó mucho en la internet, lo ridiculizaron por entregarse a una experiencia de hongos, que no es más que una experiencia a conocerse a uno mismo, a amigarse con uno mismo y con la vida. Por supuesto que pasan cosas muy graciosas y muy ridículas cuando de hongos o ácido, pero me pareció muy injusto que se rían y lo señalen como un boludo. Sobre todo porque mucha de la gente que se toma el tiempo y el trabajo de bardear a un desconocido online toma drogas y hace cosas imbéciles cuando están en una. El peligro es la gente, no las drogas. Y siento que hay que desdramatizar los psicodélicos. Administrados con respeto y responsabilidad, son magia y medicina. Nos llenan la cabeza de pendejos con que las drogas son todas malas, así, sin más, que hay que decirle que no a las drogas, y a lo que hay que decirle que no es a la autodestrucción, a tomar drogas para escapar en vez de reencontrarnos, hay que decirle que no a la gente tóxica, no a un porro.

Me fui de casa. Volví unos días después, aunque Sebastian me dijo que si necesitaba más tiempo, él me bancaba. También fue él el que dijo en voz alta que quizás tomar un poco de LSD estaría bueno. Yo lo venía pensando, pero no me animaba a decirlo. Y efectivamente, unas sesiones del papelito que anda en bicicleta.
Dos semanas hubiese sido increíble, pero ya tipo bonus, ya vacaciones. Me fui una semana a la casa de mi amiga Dana, que está en Argentina y le había quedado su departamento vacío, a 20min. en bici desde mi casa. Me fui de lunes a lunes, y ya el domingo sentí que había recargado batería. Ya estaba en condiciones de volver y reafrontar todas mis realidades.

Fue un retiro espiritual, lo mío. Un retiro espiritual se supone consta en dejar de lado nuestra vida cotidiana y encontrar un tiempo para desconectar y conocerse a uno mismo. Hacer un retiro es parar para avanzar, y valorar cómo estamos atravesando nuestra vida. Por lo general se considera que el retiro espiritual es una forma de acercarse a Dios o a uno mismo (y ya saben en qué Dios creo yo…). A través de la concentración, la relajación y la meditación (o la oración), una persona puede dejar de lado sus problemas terrenales y entregarse a cuestiones más elevadas (y yo estuve bastaaaante elevada, bastante high esos días). Los retiros ofrecen un espacio de encuentro con uno mismo y de recuperación mental, un espacio para encontrar la paz interior. Desconectar de la rutina diaria, reducir el estrés, ver los problemas desde otra perspectiva. Era exactamente lo que necesitaba, y lamento no haber hecho antes. Pasa que, de alguna forma, no sabía (o no me permitía entender) que podía hacer algo así. Pero de verdad que creo sería la solución a muchas parejas en crisis. No tengan miedo de alejarse un poco, recargar pilas y volver. Y por favor (sobre todo a ustedes, madres) no darle cabida a la culpa. Prioridades, mis amores. Unx mismx siempre a la cabeza de esa lista.

Aparte de alejarme 20min en bici, a mí hay algo en elevarme en altura que me ayuda a encontrar mi eje. Toda la vida amé los pisos altos, y siempre viví en pisos bajos: en La Cumbre en casas (me largué a llorar cuando a los 5 años pregunté si la casa nueva iba a tener “escalerita” [o sea más de una planta] y me dijeron que no; 5to piso en Buenos Aires (no tan bajo, pero con el edificio de enfrente rozándonos la nariz), y en Berlín PB, PB otra vez, y ahora primer piso. Dana vive en el 3ro, que tampoco es tan alto, pero es altura suficiente para que el aire se sienta diferente. Tiene un pequeño balcón que le envidio con el alma, y si dejaba la puerta del balcón abierta, dejando entrar la brisa fresca pero no polar de este extraño enero, para que me acaricie la cara, pese al frío y pese a todo, si hacía silencio y cerraba los ojos, el sonido de la autopista que llegaba desde lo lejos y llegando sólo a los oídos de los que tienen balcón, parecen olas. Como que puedo respirar más hondo, me hacen sentir los pisos altos.
Un viaje de ácido es, lejos de un detonante para hablar con la luna (aunque you never know en cuál vas a terminar), es una terapia, un exorcismo, un reencuentro con un amigo. El LSD también es acordarme de que tengo que regarle las plantas a mi amiga, también es unos mensajes de amor con muchacho y la tranquilidad de saber que el cachorro está durmiendo bien. También es mandarle reels de crianza respetuosa al papá de tu hijo a las 2am. El ácido es amor, es cable a tierra, es un abrazo y una palmadita en el hombro (y a veces también un cachetazo). Es tan raro cómo mucha gente de la generación de mis viejos tienen esta idea de los psicodélicos como que te alejan del mundo, de la realidad, como si te sentaran en la luna de una patada voladora. Pero para mí es la forma más eficaz (y divertida) de conectar con el mundo en el que vivimos, con mi entorno y conmigo misma. Una especie de ángel guardián que habita en los papeles y se materializa si te lo ponés bajo la lengua o adentro del ojo, y nos ordena lo que tenemos para decir y nos saca los filtros con los que teníamos nublada la mirada. Sólo hay que saber escucharlo, saber recibirlo, saber entregarse. Fui tomando muy de a poquito, día a día, de micro a macro dosis, y de macro a micro otra vez. En el clímax del retiro, en el pico de dosis administradas, fue el viaje más intenso de la semana. Cuando terminó estaba tan cansada y contenta, liviana, sonriente, en paz con quién soy. El ácido también es colgarme mirándome a los ojos en el espejo y después de años de no estar convencida con la ecuación de la forma de mi cara y mi corte de pelo, entender mis rasgos, y hacerme un corte de pelo que me favorece mucho más, y con el que me siento hermosa, con una tijerita de uñas con mango rosa viejo. Tengo una extraña resistencia a pagar por un corte de pelo (y aunque fuese gratis, me cuesta entregar más entregar la cabellera que la entrepierna). Y fue muy gratificante por fin mirarme en el espejo y gustarme otra vez. Todavía no estoy donde me gusta estar, no estoy punto caramelo… pero haberle encontrado la vuelta a ese flequillo fue una primera gran conquista en esta etapa de reenamoramiento conmigo misma. En definitiva, creo profunda y humildemente que las drogas también pueden ser el camino de regreso a casa. 

Lo que me pasa cuando estoy de ácido es que siento que todo lo que pase en esas 8 a 12 horas me va a dejar una lección de vida. Durante mis días de retiro también terminé de ver Stutz. Es un documental dirigido por Jonah Hill, donde charla con su psicólogo acerca de la salud mental y cómo ser una persona emocionalmente sana y fuerte. Es íntimo, práctico, de alguna forma educativo, conmovedor y de a momentos divertido. Súmamente intenso y profundo, y simple pero tremendo. Toca temas muy oscuros y muy hermosos que vamos a ir hablando nosotros acá, pero no voy a ahondar en eso ahorita mismo. Tomé nota mientras lo miraba, y en un momento dice algo así como que es necesario ver algo valioso en todo lo que nos pase. Si logramos hacer eso, estamos ante una oportunidad tremenda constante. Y real, es así.
Otra de las citas que anoté fue “tomá acción, no importa cuán frágil seas”. Lejos de romantizarla, mi fragilidad siempre fue una parte grande y constante en mi forma de ser. Forma parte de una capa tan superficial mía y es de un grosor tan finito y delicado que a veces con tan sólo mirarme fuerte se rompe la membrana. Y es por un momento una cosa irreparable. Como una media corrida, como un vidrio rajado. La fragilidad que llevo dentro y que me ha dominado durante décadas me ha petrificado frente a tantas situaciones, es como un miedo que me agarra, me paraliza, me congela. Y me hundo en una especie de shock y me cuesta mucho salir de ahí. Una de las más grandes lecciones de esa semana en lo de mi amiga Dana, para mí fue que la fragilidad no tiene por qué seguir siendo un problema. Le di pelea durante mucho tiempo, pensando que si lloraba lo suficiente un día iba a poder escaparla. Pero es edad ya de aceptar, de bajar las armas y abrir los brazos. Nunca encuentro la traducción apropiada de “embrace”: es inglés para “abrazar”, pero también en el sentido de aceptar o apoyar algo que nos sucede o somos que no nos gusta del todo, pero lo abrazamos y empezamos a buscarle (y encontrarle) el lado bueno. Como un abrazo, pero también un perdón. La lección fue para mí entonces que la que va es “embrace” esa fragilidad tan gigante y dominante. En cierto momento(s) me pongo cachonda y me da hasta un poco de bronca que Sebastian no esté conmigo en mi mismo estado. Creo que un polvo de ácido nos solucionaría todos nuestros problemas. Pero también entiendo que este viaje es conmigo misma y hacia dentro mío. Tengo que aprender a gozar con mi sombra antes de poder disfrutar de manera sana con un otro. Me cuesta admitirlo, pero tengo que ocuparme de esta vulnerabilidad, y tengo que transitar esto sola, tengo (y quiero) que enfrentarme a mí misma, cagarme un poco a pedos, mirarme a los ojos, preguntarme qué es lo que está pasando y qué podemos o debemos hacer al respecto, y responder de manera honesta. No es fácil, pero es la única manera.

Hice los bolsos como si me fuera de casa dos meses (armé los bolsos desde el deseo). Me llevé: como 8 libros para leer sólo unas hojas de uno sólo de ellos (es que me gusta tener opciones, Al final terminé hojeando el único libro que me había llevado que ya había leído: La Metafísica De Los Tubos de Amélie Nothomb: Una nena de 2 años superdotada que se autoproclama dios decide vegetar; se niega a manifestar sus emociones hasta que descubre el sentido de la vida en una barrita de chocolate blanco.

Es un libro hermoso, oscuro, irónico y extremadamente tierno, además de comiquísimo. Y me hizo extrañarlo mucho a mi nene de casi 2 años [que por supuesto es superdotado]), aunque de a momentos me olvidaba que era mamá, y novia, y alguien para un otro todo el tiempo, y también disfruté mucho ese olvido. Toda la vida tuve piel chota, que se fue al carajo en mi adolescencia, y nunca mejoró. Empecé hace unos años a ponerme crema, desmaquillarme. Hace menos de un año que lo hago de manera correcta posta. Me encargué de averiguar qué productos son buenos para mi tipo de piel, me lavo la cara con un gel limpiador de aloe, aplico un tónico con ácido glicólico y una crema humectante con zinc y no se qué otra poronga, crema para la piel alrededor de los ojos, serum para las pestañas. Ni en un viaje de ácido me olvido o me salteo mi rutina de self care. Confieso que a veces me da pajita, pero es un camino de ida. Es la base, mimarse. La clave del éxito en el juego de la vida. Todo lo que es maquillaje y rutina de self-care ocupaba como medio carry on, también me llevé conmigo la compu y cuadernos para escribir, papeles para armar, una bolsa de manzanas, porro, LSD, el equipo para tatuar que me armó mi novio tatuador para que yo pueda practicar sobre mí misma si me dieran ganas (me dieron), y ropa.
Tenía una especie de uniforme de retiro espiritual que era un conjunto de remera y pantalón de algodón gris topo con lunares blancos, un chaleco de oveja (largo, blanco, abierto delante y muy peludo, que me heredó mi hermana con unos ornamentos en los hombros que podría ser una versión fancy de algún prop de Game Of Thrones) y pantuflas negras peludas. Si se ponía muy frío mechaba medias negras de cachemere. Y por supuesto siempre labios rojos, un poquito de base, rimmel (hace poco empecé a usar un serum en las pestañas que me las tiene largas como unos toboganes), y estos días uso muy poco el delineador negro y opto más por unos puntitos dorados al lado de los lagrimales. “Como te ven te tratan”, dicen por ahí… Yo digo: “como te ves te tratas.” Y una vez que te empezás a tratar a vos mismx con amor y respeto y te obnubilás de amor por vos mismx, el resto te trata de la misma manera. “Como te tratás te tratan”, concluyo. Siempre diva, nunca indiva. Me pinto los labios hasta cuando estoy sola en aislamiento, aunque esté en el medio del bosque sin nadie cerca que escuche los árboles caer. Porque no hay nada en todo lo que es construir mi persona y mi personaje no pueda ser censurado o calmado. Los labios rojos buscan mi cara como un imán, pertenecen ahí. Nadie debería ser otra cosa que lo que es en su corazón. Había una publicidad de alguna marca de deportes que decía “serás lo que debas ser, o no serás nada.” Suena un toque agresivo y autoritario, pero si te lo ponés a pensar, yo creo que errados no están, y debería ser un mantra. A mí durante mucho tiempo me daba como vergüenza, miedo y hasta culpa ser quien realmente soy. Y fue Berlín que me fue abriendo pétalo por pétalo, acariciándome el lomo susurrándome al oído que todo está bien, y que ser quien soy también está bien. Y estoy amando el proceso de florecer.

Mi resolución de año nuevo este año fue resolución. Necesito el corazón tranquilo. Stutz también te invita a preguntarte, ante una pelea, si tenés más ganas de tener razón o si querés crear algo de ese momento de tensión. Y yo ya no quiero rollo con nadie. No que lo haya querido antes, pero no sabía cómo decirle que no al drama y a los toxics. Y vengo arrastrando tanto drama, tanto dolor, tanto miedo, tanta soledad, tanto sentirme perdida. Y no sé si es la edad, la maternidad, por fin el amor propio o el calentamiento global, pero ando ya con la mecha cortísima para la gente tóxica. Pa’fuera telarañas. Y no hago más cosas que no tengo ganas de hacer. Disclaimer: NO aplica a mis chats en WhatsApp. Eso todavía me da un nivel de ansiedad que no he terminado de adiestrar. Todavía no contesto mensajes, que en verdad me muero de ganas de contestar. El tema de la comunicación es un nivel que recién ahora estoy empezando a desbloquear.

Para mí tomar LSD es como poder recorrer a pie mi propia mente. Es un encuentro crudo conmigo misma, una reunión de consorcio para charlar todos los temas que le competen a mi existencia. Como toda reunión de consorcio, de a momentos se hace eterna (pero en un buen sentido). Paso esas largas horas de auto-análisis haciendo cosas que me hacen sentir bien. Mientras estoy sobria aprovecho a andar mucho en bici, a veces 10k, a veces 30. Quiero volver a hacer ejercicio, siento que me vuelve la vida al cuerpo cuando muevo un poco el culo, y todos estos meses de tristeza y ansiedad me han dejado ancha como una puerta. Pero primero, resolver las cosas dentro de la cabeza. Después viene el cuerpo.
Intento evitar salir del departamento mientras esté bajo los efectos de mi nuevo terapeuta favorito, pero en un momento tengo la mágica idea de ir a un hipermercado. Sola. De pepa. Arranqué el retiro espiritual haciendo 24 horas de  ayuno, que recomiendo fuertemente si es que se sienten un poco pasados, de comida o de chupi o drogas o lo que sea. 24 horas de cerrar el cuerpo como un templo te limpia de maneras trascendentes. Rompí el ayuno con una copa de champagne, en mi chaleco de oveja de la realeza medieval y mis pantuflas peludas. Pero al rato ya empecé a fantasear con bajonear e ir a un sùper me parecía como ir a Disney. Amo ir a los supermercados, más acá en Europa, más en un barrio que no es el mío. Ningún súper es igual a otro, y pienso en ellos como mapas de un tesoro (o varios). Este hipermercado tiene el tamaño de un estadio de fútbol, que en un momento tiene escaleras mecánicas que bajan, pero nunca jamás podés volver a subir. Sólo una vez que hayas pagado y pasado por las cajas podés acceder a la escalera mecánica que te devuelve al nivel del mar. Me dio mucha gracia y un tanto de desesperación perderme ahí y no entender que no podía volver. Pese a que las góndolas se aparecían delante de mí en cada esquina, como un laberinto infinito de mal gusto, volví a mi nueva casa/sala de terapia con un gran botín: frutas, verdura para ensalada, chili sin carne, untable de camembert, humus, pancitos con semillas, mac and cheese, gomitas y helado. Lo bueno, lo malo y lo gordo. 

Durante mi time out me la paso armando (y fumando). Armo los porros más hermosos del mundo: finitos, ajustaditos, derechos como una flecha, podrían haber ilustrado cualquier enciclopedia canábica, así de lindos me salieron, hasta el papel quemaba sin prisa, como esperándome. Cuando armo en frente de alguien me sale lo más parecido al cuerno de la abundancia, el papel todo flojo con todas las frutas saliéndose, desparramadas por ahí. Me pasa lo mismo con el mate. Una de las cosas que más adoro de juntarme con mis amigas argentinas acá es tomar mate juntas. Y yo, en soledad, hago los mates más ricos del condado. De verdad que cuando estoy acá en el estudio laburando, sola a la mañana y me cebo ese primer mate… le pego a la temperatura justa (la pava marca sólo de a 10 grados, y para mí la temperatura perfecta es de 75, así que la caliento hasta 80 y muy a ojo le echo un chorro de agua fría. Se me escapa un suspiro de placer tan grande con ese primer trago del primer mate de la mañana en soledad en el estudio… “AAaaaaaahhhh!”. Suelo tomarlo parada, voy de la cocina al estudio haciendo malabares con todo el equipo de mate para hacer un solo viaje, pero soy una cebada entonces me empiezo a cebar mientras atravieso el pasillo, sin apuro real alguno, sólo mi ansiedad. Entro al estudio, apoyo todo sobre la mesa aliviada, miro la bombilla como miro a alguien antes de darle un beso, y chupo. AAaaaaaahhhh! Todavía parada, se me va para atrás la cabeza de placer. Qué placer, un buen mate. Un mate amargo a la mañana, con yuyitos de las sierras, sola en el estudio. Es uno de mis momentos preferidos. Pero extraño mucho mucho tomar mate con alguien. Porque Sebastian toma un par, pero no tiene la cultura del sentarnos a tomar unos mates. Charlar, ponernos al día. O no. Simplemente hacernos compañía, pasándonos el mate en silencio y sonriéndonos en cada traspaso. Extraño mucho eso, y él no lo tiene. Aunque no me quejo; de verdad me consuelo y me conformo con mis mañanas de soledad, el disfrute de un porro de enciclopedia y un mate celestial.

El retiro espiritual como experimiento fue un éxito, y no veo la hora de volver a hacerlo. Parte de la epifanía que tuve fue que no tengo que esperar a estar quemada para pedirme un break. Sebastian no sólo que me apoya sino que me incentiva a hacerlo. Me banca, y se siente hermoso. Y me siento hermosa. Al volver a casa, y todos los días que le siguieron al reinsertarme en la realidad, todas las personas con las que me encontré me dijeron que estaba hermosa. Es que es incareteable el buen descanso y la paz interior. Simplemente se me nota en la cara, me transformé en un pequeño accidente nuclear que irradia y quema de calma, amor y paz a quien se me cruce. Es rejuvenecedor el amor propio, y también las noches de sueño ininterrumpido. Dormir sin preocupaciones mata hialurónico, olvidate. Y el nuevo flequillo (que reconozco al principio me dió un poquito de panic) también funcionó.
Creo que en esos días logré literalmente retirar el espíritu. Logré desvestirme de la angusia y la desesperación como si fuese una capa de plomo que tenía puesta. Y este constante sabor a renacer, como de metamorfosis, de recrearnos de las cenizas, de las segundas (y terceras y cuartas) oportunidades. Qué lindo es sanar una herida, dejar de sangrar. Unos días antes de irme empecé a trabajar en una obra nueva, y subí un video a Instagram sobre el WIP («work in progress», o el proceso de un laburo): apuñalo un canvas negro y me asomo con curiosidad y cautela a espiar qué hay del otro lado. Como un pichón que acaba de romper el cascarón, como una pija cuando sale del pantalón, buscando la vida allá afuera. También atribuyo al arte mi capacidad de renacer de mis propias heridas, y creo que por ahí va el tema también, aprender a canalizar, a transformar, a desdramatizar esas heridas; a que aún cuando está todo mal, (está) todo bien. Porque nos tenemos a nosotros mismos, y tenemos la capacidad de convertirnos en nuestros propios héroes de la infancia. Es unx el que tiene el poder de sanar a ese niñx interior. Y de verdad, que está todo bien.

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